Un día como uno más de tantos me calcé las zapatillas y salí a la calle a hacer el entrenamiento. Da lo mismo si lo que tocaba eran unas series lácticas, un rodaje controlado de más o menos kilómetros o un rodaje regenerativo de esos que uno aprovecha para ir de charleta y arreglar el mundo, que en el caso de los españolitos es arreglar el país.
El caso es que me puse al lío y lo primero que tuve que hacer fue luchar contra los dolores que le vienen a uno en cuando da los primeros pasos, esos dolores que nos acompañan a los corredores y que se resisten a dejarnos pero sin los cuales dejaríamos de ser atletas y no podríamos alardear del dicho que reza "al buen atleta todos los días cuando se levanta le duele algo".
Así que toca una lucha contra esos dolores, lucha que unas veces dura 10 minutos y otras parece que no termina hasta que uno ha dejado el entrenamiento, unas veces se trata sólo de calentar y otras de verdad uno está tan machacado que no se quita el ay en todo el entrenamiento y lo único que está deseando es que termine.
Pero siempre hay algo que nos ayuda a seguir a pesar de todas estas cosas, la ilusión de tener un objetivo por el que luchar y el tener que entrenar para llegar en la mejor forma posible para que esa carrera que has marcado en el calendario te "agradezca" todo el esfuerzo realizado en forma de una buena marca o un simple "buen trabajo".
Parece contraproducente que algo que nos gusta nos produzca literalmente dolor y sufrimiento, pero la satisfacción es, sin duda alguna, mayor que todas las penurias que pasamos a veces. En fin, que todo depende de cómo se lo tome uno.
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