jueves, 4 de octubre de 2007

Un arcoiris que abre la puerta a la luz



3 de octubre (ayer). Pleno otoño. Se supone que época de lluvias, Y digo se supone porque en las latitudes donde nos movemos unos años llueve y otros no (esto es como los pimientos del Padrón, esos que unos pican y otros no). Y no es que el cambio climático esté afectando al clima, que lo está, sino que, eso, unos otoños se nos cae el cielo encima y otros no vemos ni gota de agua.

Ayer amaneció el día oscuro y lluvioso. Atascazo hasta llegar al trabajo y atascazo a la vuelta. Y es que en cuanto caen cuatro gotas de agua parece que se nos olvida conducir y la liamos. Que sólo hay que reducir un poco la velocidad y aumentar la distancia de seguridad. Esto último, claro está, si vamos en movimiento, si vamos parado no hace falta hacer el cálculo por el que la distancia de frenado es el cuadrado de la distancia: ej. 90 km/h, 9x9=81 m. Por cierto: ¿sigue siendo válida esta fórmula?

Como todos los miércoles nos tocaba gimnasia, pero con la que estaba cayendo nos surgieron las dudas de si íbamos a ir a Vicálvaro o no. Se preguntó a la gente y acabamos yendo para allá. Justo cuando salí de Alcobendas una nube como la de casa de los monster descargaba agua a mares. Primeras dudas. Pero según me fui acercando hacia Vicálvaro vi que por aquella zona clareaba bastante. No es la primera vez que me pasa.

Ya en el atasquillo de la M-40 un radiante arcoiris me abrió la luz. En cuanto me bajé del coche, ya en Vicálvaro, parecía como si estuviese en un lugar a miles de kilómetros del que había salido cuando en realidad son unos 20 los que separan Vicálvaro de Alcobendas. Fue pasar de la penumbra a la luz, de la tristeza a la alegría.

Puestos en faena, calentamiento, algunos saltitos y técnica de carrera, unos isométricos y para terminar unas estaciones del circuito Oregón.

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